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Prejuicios y mandatos familiares marcaron su registro de nacimiento: ahora tendrá el apellido que lo identifica

Desde que aprendió a hablar, lo llamó papá. Su madre conoció a su pareja pocos meses después de su nacimiento, y desde ese momento se creó un vínculo paterno-filial muy genuino. Al principio, la madre intentó inscribirlo solo con su apellido, pero la familia la convenció de que “el chico tenía que tener una identidad”.

Hoy, ya adulto, decidió suprimir el apellido paterno biológico por el del padre que lo acompañó toda su vida: el progenitor afín.

El fuero de Familia de Villa Regina hizo lugar al pedido de cambio de apellido. Ordenó la rectificación de la partida de nacimiento. Se mantuvo el apellido materno y se reemplazó el del padre biológico por el del padre que le brindó amor y contención.

La jueza valoró el relato del joven, basado en un vínculo consolidado, afectuoso y respetuoso. Llevar el apellido del hombre que lo acompañó en su crecimiento “brindará una respuesta legal a su propia historia familiar”, expresó en el fallo.

En su presentación, el joven explicó que el padre biológico jamás mostró interés ni mantuvo contacto sostenido con él. Las pocas visitas que existieron durante la primera infancia fueron promovidas por la abuela materna. Tras su fallecimiento, el vínculo desapareció por completo. Años después, se reencontraron una vez, pero no logró llamarlo “papá”.

La intención de suprimir el apellido se intensificó al saber que será padre. Teme que su hijo herede un apellido con el que no se siente vinculado ni representado. Considera que ese apellido simboliza una historia de abandono.

La jueza sostuvo que el apellido no solo cumple una función identificatoria, sino también simbólica y afectiva. Consideró suficientes las pruebas para acreditar el daño emocional que implica portar el apellido de un padre ausente. Reconoció la existencia de un vínculo filial sólido, duradero y amoroso con su progenitor afín.